Unravel: la experiencia de una vida

En la mitología china y japonesa, existe una leyenda sobre un emperador que quería conocer a la mujer con la que estaba destinado a compartir su vida. La creencia habla de un hilo rojo que conecta a estas dos personas, y que independientemente de lo separados que estén, éste nunca se rompe ni se enmaraña, sino que se estira y estira, hasta que por fin se encuentran. Unravel tiene algunas similitudes con esto, aunque en ningún momento se centra en una historia de amor entre dos personas. Unravel es la historia de una vida.

El amor forma vínculos como si fueran hebras de lana.
Al igual que pasa con la lana, esos vínculos pueden ser frágiles o pueden enmarañarse.
Pero si los cuidas bien, son capaces de salvar cualquier distancia.

Es un juego de plataformas y puzles, para aquellos que no lo conozcan, en el que tenemos que aprovechar la propia lana de Yarny para alcanzar zonas elevadas, superar ríos y completar puzles. Y además, con un añadido, este pequeño muñeco de lana se va deshaciendo con cada paso, por lo que tenemos que medir bien nuestro camino. Pero su hilo es resistente, tanto como el de la leyenda del emperador, y lo único que puede hacer que rompa son las amenazas externas que no hemos sido capaces de superar. Hay que cuidarlo, evitar que se enmarañe, para que sea capaz de salvar cualquier distancia.

A lo largo de 11 capítulos, el pequeño Yarny recorre los escenarios que significaron algo importante para un personaje al que, en realidad, nunca vemos. Cada capítulo es un recuerdo, y cada recuerdo, una lección de vida. Las palabras escritas en un viejo álbum de fotos destilan cariño, introsprección y experiencia. Unravel se construye con estos pilares, a pesar de ser una apuesta novedosa para su estudio de desarrollo, Coldwood Interactive -cuyo primer título, Skiracing 2005, lo lanzaron en el año 2004-. Un juego hecho con pasión, con cariño, con atención al detalle y con una clave en mente: transmitir sensaciones, por encima de las propias mecánicas. Es por esto que la interacción del jugador se limita a las mismas acciones de principio a fin, porque no es lo más importante. Y, sin embargo, su sencillez no es desacertada. Permite al jugador disfrutar de los maravillosos escenarios, en los que cada hoja, cada rama, cada brizna de hierba tienen su valor a la hora de crear el mundo. En el que los movimientos de Yarny ante él son, no sólo realistas, sino naturales dentro del comportamiento del muñeco de lana.

Jugar a Unravel es sufrir el síndrome de Stendhal. Cada paso dado por sus niveles es una forma de maravillarse por el mimo puesto en los detalles, por la conjunción con su preciosa banda sonora de estilo folk, que encaja perfectamente con la ambientación nórdica del título y el origen sueco del estudio de desarrollo. Cada tema transmite su propio sentimiento, determinado por la historia de cada capítulo. Nostalgia, alegría, tristeza, preocupación -más que miedo-, pero también temor en los pocos momentos en los que Yarny está en peligro. La vida no es fácil, tiene momentos muy buenos y otros terribles. Unravel capta perfectamente esta esencia.

Hablar de Unravel es difícil, y un ‘análisis típico’ sería quedarse en la superficie. Porque lo importante de este juego no es saber superar sus puzles, ni encontrar sus coleccionables, sino sentirlo. Los sentimientos que despierta en ti mientras juegas se van acumulando y cuando tienes que interrumpir la partida permanecen en tu interior, llenando tu alma, haciéndote reflexionar. Lo único que puedo decir es que las sensaciones que se fueron construyendo en mí, poco a poco y casi sin darme cuenta, culminaron en las lágrimas que se escaparon de mis ojos cuando terminé el juego, y que acuden de nuevo a mí mientras lo revivo y escribo estas palabras.