«Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidado, silencioso y cubierto de polvo veíase Mirror’s Edge«. Bueno, ni soy Becquer, ni rima, ni queda bien, pero me parecía una forma original de decir que tenía al pobre juego aburrido en la estantería de mi dormitorio desde hace meses… creo que incluso llego al año. Pero después de tanto tiempo, me he cansado de repetir los juegos de siempre y, sin venir a cuento, me ha apetecido jugarlo. Y en ello estoy.

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La primera vez que me llamó la atención Mirror’s Edge, y espero que no me perdáis el respeto por ello, fue cuando se reveló el desarrollo de su segunda parte, durante el E3 de 2013. En aquel momento se vio poquito, pero el estilo del juego me resultó bastante llamativo, incluso cuando a mí los juegos en primera persona -excepto si son FPS como el COD– no me suelen gustar demasiado –Dishonored, de hecho, lo dejé al poco de empezar-. Así que me interesé por él y unos meses después me lo prestaron. Sin embargo, tengo un problema: me cuesta mucho empezar un juego nuevo. Pero mucho. Luego lo disfruto mucho y pasa a formar parte de esa lista de títulos que repito hasta la saciedad, pero antes necesito pasar por una especie de asimilación y preparación mental. Soy así de rara. Por eso aún no he avanzado más de 15 minutos en The Witcher 2, porque me obligo a jugar sin estar concienciada… pero ese es otro tema.

Así que después de mucho tiempo abandonado en mi estantería, por fin me ha apetecido de verdad empezarlo… y me alegro de haberlo hecho. Es un título que entra por los ojos, con esos amarillos, azules y blancos que tanto contrastan rojo intenso de nuestro camino. Este juego de colores crea un mundo muy llamativo y luminoso que, curiosamente, es completamente opuesto a su realidad: oscuro, plagado de intrigas y de corrupción. He de confesar que al principio -buena parte del tiempo que llevo jugado, en realidad- era un poco torpe. Me costaba orientarme y acostumbrarme a la distribución de los botones porque, vamos a ver, en una industria donde la acción «saltar» siempre se ha puesto en los botones del lado derecho del mando -A, X o B en función de la consola, excluyo PC porque recuerdo haber jugado con todo tipo de combinaciones de teclas-, ¿a quién se le ocurre ponerlo en el LB/R1?

Una vez superado esta pequeña traba para lo que parece una escasa habilidad jugando, pude darme cuenta lo bien que le sentaba la primera persona al juego, en lugar de haber hecho algo parecido a Assassin’s Creed -en cuanto al parkour, por supuesto-. Es más, está muy bien adaptado, aunque un jugador poco acostumbrado esta forma de jugar puede llegar a sentir algo parecido al mareo… y si lo digo es porque sí, soy muy blandita y me ha pasado. ¿Qué queréis? ¡Si hasta los juegos de LEGO terminan por darme dolor de cabeza! Pero una vez te acostumbras a la cámara -que tampoco se tarda tanto- y te adaptas a los controles -que una persona más espabilada puede que no tarde nada y menos- descubres un maravilloso juego con una historia intrigante y unos escenarios tan luminosos y llenos de posibilidades no explotadas que te dan ganas de que Mirror’s Edge no fuera tan pasillero y te diera un poco de más libertad a la hora de elegir tu camino hacia el objetivo -es cierto que tienes que explorar un poquito si quieres encontrar los maletines ocultos-. No obstante, este estilo permite la velocidad frenética a la que puedes llegar si visualizas bien el camino, y que, por supuesto, te convierte en un Runner de verdad, como Faith.

Aún no he terminado el juego, he empezado el sexto capítulo, pero lo estoy disfrutando mucho. Lo suficiente como para que, si la conclusión de la historia me gusta, pase a convertirse en otro de esos juegos que termino repitiendo una y otra vez. Por suerte, ¡cada vez queda menos para que salga su segunda parte!