Despertando en No Man’s Sky
Cuando recobro el conocimiento, una voz sintética está hablándome al oído. Asustado, me levanto de un brinco y miro en todas direcciones. Se me va la cabeza un poco, pero […]
Una perspectiva personal sobre los videojuegos
Cuando recobro el conocimiento, una voz sintética está hablándome al oído. Asustado, me levanto de un brinco y miro en todas direcciones. Se me va la cabeza un poco, pero […]
Cuando recobro el conocimiento, una voz sintética está hablándome al oído. Asustado, me levanto de un brinco y miro en todas direcciones. Se me va la cabeza un poco, pero el gesto me ha permitido saber por qué la voz no se va: estoy enfundado en una armadura de exploración y la voz femenina que escucho se oye dentro del casco.
Trato de tranquilizarme y contemplo el lugar en el que me encuentro. La zona es ligeramente árida, pero las plantas que soportan las duras condiciones son muy coloridas. El visor de mi casco me indica que la temperatura son ha alcanzado los -21º y por la longitud de las sombras, sólo puede caer más. Me giro un poco y veo la entrada a una cueva, que quizá podría servirme de refugio, con formaciones minerales de múltiples colores. Y muy cerca, una nave destrozada. Quizá eso explique el dolor de mi cuerpo, pero me sorprende haber sobrevivido. No sé qué ha pasado, no recuerdo nada.
Con un suspiro me acerco al vehículo, que emite un zumbido interrumpido sólo por las chispas que brotan de su superficie rajada. La intuición me dice que debería entrar, para comprobar el alcance de los daños. Nada más sentarme, la voz femenina de antes realiza un análisis de daño y muestra ante mí lo que tengo que reparar y los materiales que necesito. De nuevo, miro el paisaje. Alejarme a explorar no parece la opción más sensata, pero quedarme varado en este planeta hostil tampoco.
Salgo de la cabina y descubro una baliza delante de la nave. Quizá me ofrezca algo más de información. Pero cuando la toco, una extraña sensación me embarga: un irrefrenable deseo de explorar, de viajar a la estrellas, de descubrir. Atlas me ofrece la posibilidad de seguir su camino y yo, sin dudarlo ni un momento, acepto. Finalmente, la luz se desvanece y me asalta una insoportable sensación de soledad. Este mundo de la galaxia Euclides está vacío, no se oyen criaturas, no se ven civilizaciones.
Tardo en recuperarme, en retomar el dominio de mí mismo. La soledad no es un obstáculo y hay demasiado por hacer como para detenerse a pensar en ello. Hago un repaso mental de los materiales que necesito y me encamino hacia la cueva, con la esperanza de encontrar ahí los recursos para reparar la nave. Pero es una esperanza vana. Antes de que me de cuenta, estoy caminando, cada vez más lejos de la nave, en busca de un recurso concreto. Las condiciones de mi traje son cada vez más precarias, pero espero poder reservar los materiales para el vehículo, puesto que ya gasto bastante en recargar mi láser minero de mano. Cada vez hace más frío y está anocheciendo.
Estoy perdido. Estoy solo.
Te lo puedes tomar así, como te lo estás tomando tú, o te lo puedes tomar como «es que no hay nada que hacer, todo el rato es lo mismo». No Man’s Sky parece polarizar a la comunidad y a la crítica entre aquellos que no han perdido la inocencia, y entre el resto: cínicos y sin ya capacidad de soñar.
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