Al final el dilema de Dragon Age Inquisition se resolvió de una forma «fácil»: mi novio se compró la PS4 hace unas semanas y el juego poco después, de manera que los fines de semana me adueño de ella y me pongo a jugar como loca. El poco tiempo del que dispongo en realidad ha hecho que en dos fines de semana solo haya podido jugar 20 horas, pero también tengo que añadir que el propio juego me hace ir despacio, examinando cada detalle del enorme mundo a mis pies: Dragon Age Inquisition me abruma.

Creo que esa es la mejor forma de definirlo. La tercera parte de Dragon Age me resulta abrumadora. Primero porque hay muchas cosas que aún no comprendo y me tienen en vilo, como todo ese misterio en torno a mi protagonista -a la que he llamado Shiani- y el paradero de Hawke y mi Guarda Gris. Pero también porque pone a mi disposición un mapeado enorme, con muchísimas misiones secundarias, grutas que investigar, recursos de fabricación que descubrir y animales de los que defenderse -lo digo así porque, hasta ahora, me he cruzado con más osos que carneros de esos-. Casi que me alegro de que no sea un mundo abierto propiamente dicho, creo que podría morir si tuviera la posibilidad de recorrer todo Ferelden, de Refugio a las Tierras Intermedias y de ahí a la Costa de las Tormentas.

Lo cierto es que cada vez que pongo el juego en la PS4 lo hago con ilusión, nervios y quizá una pequeña dosis de tedio al pensar en todo lo que aún debería hacer antes de seguir avanzando en la historia. Yo es que soy así, no puedo dejar una misión sin completar ni un recurso de fabricación sin recoger, lo cual, en el último caso, me trae por el camino de la amargura, porque cada vez que regresas a una zona las raíces élficas, depósitos de dracolito y el resto de recursos se han regenerado. O a veces, simplemente, me quedo mirando el paisaje, que en algunas zonas es verdaderamente impresionante. El tráiler de lanzamiento es de lo más apropiado.

Pero despacito y con buena letra voy avanzando poco a poco y, con ello, descubriendo un poquito de la crisis que ha provocado mi querido y a la vez puñetero Anders, los efectos de la enorme Brecha sobre Refugio y el mundo en general -el hecho de que la catástrofe haya ocurrido precisamente entre este pueblecito y el Templo de las Cenizas de Andraste me resulta de lo más indicativo- y también, algo que me encanta, la personalidad de mis nuevos compañeros. No sabéis la enorme ilusión que me hizo ver a Varric en el primer tráiler que se mostró de Dragon Age Inquisition. Volver a tener su personalidad sarcástica y con tan buen sentido del humor me parece una maravilla. Casi me conformaría con eso si no fuera porque, por lo que voy descubriendo, cada personaje es único y genial. Leliana, Josephine, SERA -de momento, la mejor, tiene algo que me recuerda a Jack, de Mass Effect, y eso que no se parecen en nada, ni en físico ni en sus motivaciones-, Cullen, The Iron Bull… Este último, por cierto, me resulta un poco extraño, muy poco ortodoxo si tenemos en cuenta lo que aprendimos de esta raza en Dragon Age 2.

Aún me quedan demasiadas cosas por conocer, muchas intrigas por averiguar -es increíble cómo el «juego» ha sido mejorado, conspirar para poner a Alistair en el trono ahora parece algo de niños-, algunos pocos bugs que experimentar -ya me he topado con unos cuantos, espero que no haya muchos más- como para hacer una valoración de verdad. Pero de verdad os digo, que siendo como soy cuando me gusta algo -ya sea un juego, un libro, o una peli-, debo dar gracias a no poder jugarlo en mi casa para así seguir gozando de vida social. Cuando lo termine, dentro de 1 mes como poco, hablaré más sobre el juego de Bioware. No obstante, con lo poco que he visto no me extraña que lo hayan premiado en los Games Awards con el Game of the Year. Dragon Age Inquisition lo vale.